La típica imagen que a la mayoría nos viene a la cabeza cuando nos piden que imaginemos a un gato suele ser la de un tierno felino que luce en su cuello un llamativo collar. Estereotipos a un lado y aunque pueda parecer mentira, los gatos no nacen con él puesto, constituyendo este uno de los productos tradicionales para felinos más controvertidos en la actualidad. Detractores frente a partidarios, cada cual tiene sus motivos a la hora de decantarse porque su gato lleve collar o no. ¿Os parece si los vemos?.
Ventajas frente a riesgos: Bien para facilitar que un gato sea reconocido como casero o para poder colgar una identificación visible del mismo, muchos son los propietarios que deciden que sus felinos lleven collar. Esta medida no sólo es adoptada por dueños de gatos con acceso al exterior, sino que también es bien recibida por aquellos que no los dejan salir de casa habitualmente a modo de prevención ante una posible escapada fortuita. Y entre los partidarios del collar felino no debemos olvidarnos de citar a aquellos que, motivos prácticos aparte, se lo colocan a sus gatos simplemente por estética.
Frente al grupo de usuarios satisfechos, cada vez son más los gatos domésticos que lucen sus cuellos al desnudo, siendo esgrimidas por los propietarios que se oponen al uso del collar razones como la mera comodidad, la posibilidad de que alguna uña o los dientes puedan quedar enredados o el peligro en el caso de que se enganche y termine por estrangular al gato. Evitar molestias y riesgos como estos justifica para ellos sobradamente su rechazo.
El collar adecuado: Sea como sea, si decidimos poner un collar a nuestro gato lo importante es elegir un modelo adaptado a nuestro pequeño amigo y sus hábitos felinos que minimice en lo posible el riesgo de accidente. ¿Lo ideal? Que sea de un material suave (textil o piel), con bordes y costuras resistentes pero que no raspen ni pinchen. Que incorpore al menos un trozo de goma que se estire lo suficiente para que el gato pueda liberarse en caso de quedar enganchado (a nosotros, tras años de experiencia, nos gusta que sean completamente elásticos, pero eso ya es una opción personal) En cuanto a los cierres, suelen ser metálicos o de plástico, en forma de hebilla tradicional o con cierre a presión, siendo importante comprobar que no presenten aristas cortantes y que se abran fácilmente ante una emergencia. Y, para aquellos gatos con acceso al exterior, no está de más valorar que incluyan además algún tipo de detalle reflectante a la hora de decantarnos por uno u otro.
Tan importante como el modelo que elijamos es la forma en la que debemos colocarlo para evitar sustos. Y es que nuestro collar debe ir alrededor del cuello de nuestro gato sin que quede ni muy flojo ni demasiado prieto, siendo lo ideal una holgura que nos permita introducir uno o dos dedos. Además, es recomendable revisarlo cada día, volviéndolo a apretar si apreciamos que no está lo suficientemente ajustado.
Tañendo cascabeles: En nuestra opinión, la reciente demonización del collar para gatos no se debe quizá tanto a él mismo como a su eterno y sonoro compañero de batallas: el tintineante cascabel. Y es que eso de ponérselo al gato ya no se lleva. Desde que puede provocar lesiones en los delicados oídos felinos hasta auténticos cuadros de locura, son innumerables las fatales consecuencias atribuídas falsamente al uso de este pequeño elemento sonoro que si bien no es necesario en la mayoría de las ocasiones, no está de más en otras (por ejemplo, en el caso de invidentes que conviven con gatos o cuando los propietarios tratan de prevenir en lo posible la caza de pájaros y otras pequeñas presas)
¿A favor o en contra?: Dicho todo esto, ahora os toca opinar a vosotros. ¿Cómo valoráis los collares felinos? ¿Vuestros gatos los usan? ¿Sí? ¿No? ¿Estáis a favor o en contra? ¡Esperamos vuestros comentarios!
Para saber más: Os dejamos un par de referencias por si el tema os ha resultado interesante y os apetece saber algo más sobre collares para gatos:
- RODRÍGUEZ, C. "El cascabel y el gato" y "De los cuentos a los cuellos felinos", en El encantador de gatos, Madrid, 2009, pp. 130-133